miércoles, 22 de mayo de 2013

Susan Sontag (2004): Ante el dolor de los demás.


(Este libro es una traducción de Aurelio Major)
Sontag empieza su obra con una referencia la guerra como “patrimonio” del hombre y no de la mujer, dice así: “Los hombres emprenden la guerra. A los hombres (a la mayoría) les gusta la guerra, pues para ellos hay <<en la lucha alguna gloria, una necesidad, una satisfacción>> que las mujeres (la mayoría) no siente ni disfruta” (p. 7). En una afirmación que podría haber firmado el mismo Bourdieu y en respuesta a una interpelación masculina sobre cómo evitar la guerra, satiriza sobre su legitimidad para responden a dicha pregunta. Es este el aspecto que lo convierte en un texto interesante para nuestro objeto de estudio, ya que, pese a que no aborda la cuestión de la dominación masculina en sí, nos ofrece una visión de “la imagen” no manchada por el discurso dominante.
En esa línea argumental, Bourdieu dice que “…el hombre es un ser que implica un deber ser, que se impone como algo sin discusión: ser hombre equivale a estar instalado de golpe en una posición que implica poderes y privilegios, pero también deberes, y todas las obligaciones inscritas en la masculinidad como nobleza…” “...Excluir a la mujer del ágora y de todos los lugares públicos donde se desarrollan las tareas que suelen considerar las más serias de la existencia humana, como la política o la guerra, equivale a impedirle de hecho apropiarse de las disposiciones que se adquieren al frecuentar esos lugares y esas tareas, como el pundonor, que equivale a rivalizar con otros hombres…” (p. 27)
Es por ello, que podríamos decir que Sontag traza su primera línea discursiva desde la crítica a la sociedad sexista, en la que sí bien la guerra es cosa de hombres, quizá debieran ser ellos los que le encontrasen una respuesta. Pero en vista de que no es así, puede que su aportación nos ayude.
El segundo aspecto al que se refiere y desde el que pretende analizar las imágenes de la guerra, que a la postre, serán el centro de su reflexión, es el concepto de “mirada blanca” (visión del mundo hegemónica, que toma como referente al hombre blanco, de edad media y clases social acomodada como referente), que no nombra, pero debe entrever con sus referencias a “los otros”. Para ella la idea de que sean “otros” los protagonistas de las imágenes de guerra, tiene mucho que ver con la interpretación que le damos y la tolerancia o aversión a las mismas.
Dice que “las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas” (p. 10) y que esas reacciones dependerán la posibilidad de “mirar el dolor de otras personas” (Ibíd.).
Nos habla de la historia de la representación de la tragedia y la muerte en imágenes, y de cómo ha sido asociada al arte y “normalizada”. Plantea la consideración de la “belleza”, de la estética de este tipo de imágenes (p. 15).
Se cuestiona sobre sí es correcto o no mirar estas imágenes de la atrocidad y reflexiona en torno a posible capacidad de las personas para acostumbrarse a ellas.
Crítica la legitimidad de algunos medios y periodistas de guerra, que nos ofrecen una visión de la realidad como si fuese la verdadera realidad.
Plantea la importancia de la interpretación de las imágenes en relación con su contexto, del que en ocasiones se nos priva, lo que inevitablemente producirá atribuciones casuales y causales.
Reflexiona sobre el “valor de la memoria” (p. 50) y cómo los que ostentan el poder nos ofrecen o no, imágenes para reforzar sus argumentos, como el caso de la ausencia o existencia  de museos sobre las tragedias, en los diferentes países del mundo, en función de que interese o no, que esa tragedia sea recordada. Según ella “la atención pública está guiada por las atenciones de los medios” (p. 46).
Finalmente, apela a la obligación de ser críticos en nuestra mirada, de “pensar lo que implica mirarlas, en la capacidad real de asimilar lo que nos muestran” (p. 42).

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